El Reino Olvidado

Este diario es la crónica de un país olvidado, el seguimiento de su huella histórica, cultural y artística en España y en Europa.

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Lugar: Bergidum, Asturia, Spain

ex gente susarrorum

domingo, marzo 25, 2007

Carracedo

AUGUSTO QUINTANA PRIETO
TIERRAS DE LEÓN, Nº 2, 1962, PP. 11-23


En la segunda mitad del siglo X y en las márgenes exuberantes y feracisimas del río Cúa se alzaba una quinta sencilla. Chopos y alisos corpulentos le daban abundante sombra en tanto que las aguas del río, rumorosa, refrescaban el ambiente y la arrullaban a su paso. El lugar, en el corazón del Bierzo bajo, era bello y ameno sobre toda ponderación y nada dejaba que desear para vivir en él tranquila y regaladamente.

Allí vive a la sazón un joven de sangre real. Es hijo natural del rey leonés Ordoño III y pasa la juventud alejado de la Corte, aunque son personas muy allegadas a él por vínculos de sangre las que rigen los altos destinos de la Monarquía. Se llama Bermudo Ordóñez y encuentra tan delicioso y encantador el paraje de su quinta que apenas si sale de él ni tiene otras apetencias que las de vivir tranquilo allí. Años mis tarde, alejado por la vida del lugar, hablará con intima nostalgia de aquellos días felices de su juventud y escogerá voluntariamente el sitio para eterno descanso de sus mortales despojos.

No necesito decir que me refiero al que fue rey leonés con el nombre de Bermudo II y al lugar berciano de Carracedo. Para hablar de éste, hay que empezar por aquí y consignar este primer dato conocido de su historia: Cuando era una simple quinta emplazada en un paraje bellísimo y mansión de un joven de sangre real que acaso, por su bastardía, nunca pensó durante sus años juveniles que podía llegar a escalar las gradas del trono leonés.

Pero la vida tiene a veces sorpresas insospechadas. Y a este joven Bermudo le reservó la de verse un día encumbrado en el solio de sus padres, empuñando las riendas de la vieja y heroica Monarquía, precisamente en los momentos más duros y aciagos de toda su larga historia: Los días tremendas y sobrecogedores de las incursiones de Almanzor. Frente a ellas Bermuda pone en práctica la única conducta prudente y posible del momento: Rehuir prudentemente sus acometidas y resurgir cuando ha pasado el peligro, para salvar cuanto fuera posible de entre los destrozos causados por el invasor. La vida política y guerrera de Bermudo II pudiera compararse a una planta endeble frente a un huracán violento: Se dobla, cede cuanto puede, parece caída definitivamente; pero, apenas ha pasado el empuje, se endereza de nuevo y sigue viviendo y arraigando Acaso ninguno de nuestros reyes hubiera sido capaz de tan salvadora y eficaz actitud ante las reiteradas y tremendas acometidas de tan fiero enemigo.

Precisamente una de estas incursiones furibundas de Almanzor fue la que marcó un nuevo destino a. la quinta deliciosa de las orillas del Cúa haciendo que se convirtiese en monasterio para acoger bajo la protección de sus muros a muchos monjes y abades, cuyas casas y enseres habían perecido ante el afán devastador de las huestes islámicas. Los que habían logrado salvar de las feroces destrucciones y matanzas se iban internando en las montañas del Norte, buscando refugio y salvación. Y un día se presentaron ante el afligido Bermudo, fugitivo también y despojado como ellas, en súplica de una mansión que les acogiese.

Bermudo les recibe amablemente. Comprende, como nadie mejor lo podía hacer, su situación angustiosa, les llama fraternalmente «colegas de bendición»., y les entrega aquella amada quinta de las márgenes rientes del Cua —en la que se deslizaron sus pasos de adolescente y por la que siente honda predilección— y promete no separarse jamás de ellos, escogiendo el lugar para su sepultura.
Así nació el monasterio de Carracedo en los meses finales del año 990. Sus primeros moradores fueron abades, priores y monjes distinguidos, en su mayor parte. «Así como en las milicias —escribe en su Crónica el Padre Yepes— las compañías que llaman reformadas se hacen de soldados viejos.. sargentos, alféreces y capitanes, todas personas valerosas, así esta Abadía tuvo este principio: Que se juntó de muchos abades, que eran cabezas de casas diferentes, y haciéndoles el rey buena acogida, formó (digámoslo así) una Compañía reformada y una Abadía de personas principales, desterradas por los infieles.

VICISITUDES DEL MONASTERIO

Pronto, sin embargo, llegó la contrariedad también a Carracedo. El mismo Almanzor, en los años finales del siglo, cuando todavía la fundación monástica estaba consolidándose, llegó a ella con sus mesnadas y la destruyó totalmente. Pero los monjes, que se salvaron en las montañas vecinas, apenas pasó el peligro, volvieron a su recinto amado y comenzaron la tarea de levantar los muros derruidos y de reanudar la vida monástica bajo la Regla de San Benito.

La vida del monasterio de Carracedo se desliza lánguida y pobre a través de la undécima centuria y en la primera mitad de la siguiente. Hasta que, mediado el siglo XII, surge una mujer excepcional la infanta doña Sancha, hermana del Emperador Alfonso VII, íntimamente ligada al Bierzo, donde gobierna con título de reina por concesión especialísima de su hermano— que tiene para con Carracedo una predilección especial.

Ella es la que fija sus ojos en la casa monástica de vida lánguida y decadente. Acaso por vivir muy cerca, ya que tiene su residencia habitual en el vecino palacio real de Villabuena, Carracedo se adentra en el corazón de doña Sancha, que, habiendo interesado en la empresa a su hermano, acomete decididamente su restauración.

Para ello se vale de otro hombre excepcional, lleno de veneración y de virtudes, que rige el monasterio vecino de Santa Marina de Valverde situado en las inmediaciones de Comilón. Se llama Florencio y ha de pasar a la posteridad con el renombre máximo de la santidad y con la veneración de los altares. Doña Sancha le saca de su monasterio, le pone al frente de la comunidad de Carracedo y le encomienda la tarea de levantar material y moralmente la fundación de Bermudo II. Ella y el Emperador le prestarán incondicionalmente cuanta ayuda necesite y le favorecerán con cuantiosas donaciones de bienes.

Carracedo surge de su postración. En el orden material adquiere tal pujanza y poderío que llega a ser el monasterio más poderoso y rico de todo el Noroeste de la Península. En el orden espiritual se convierte en cabeza de muchas fundaciones monásticas que prestan obediencia a su abad por decisión de los Romanos Pontífices, siendo muchos también los poblados que están íntegramente sometidos a su señorío y jurisdicción.

Por influencia de doña Sancha, que había tratado personalmente al esclarecido abad de Claraval, San Bernardo, y con quien le unía una estrechísima amistad, la comunidad de Carracedo, con muchas de sus filiales, abandona, años más tarde, la Regla de San Benito para abrazar la del Cister, cambiando los monjes sus hábitos negros por los de paño blanco.

No es posible en un trabajo de esta índole y de tan reducidas proporciones seguir la vida regular de Carracedo, por lo que tendré que contentarme con señalar como puntos principales los siguientes: Durante el Gran Cisma de Occidente, llegan al monasterio las salpicaduras de tan anormal situación, llegando a existir dos abades simultáneos con la consiguiente fracción en la comunidad, obedeciendo cada una de ellas a un Papa distinto.

Apenas pasada esta situación anómala, sufre el monasterio la no menos calamitosa de los abades comendatarios: Hombres ajenos a la vida monástica, en cuyas manos recaía la dignidad abacial, y que, viviendo siempre alejados del lugar, apenas si tenían otra preocupación que la de cobrar exigentemente las pingües rentas de que estaba dotado su cargo.

Afortunadamente en los años primeros del siglo XVI - exactamente en 1505 - el monasterio Carracedo se une a la observancia más estrecha de la Regla de San Bernardo, propugnada por los reformadores, librándose así de estos nefastos abades comendatarios y estableciendo el turno de tres años para el mandato de los sucesores en la Abadía, que siempre serán ya regulares.

A finales del siglo XVIII, con el pretexto de agrandar más la iglesia primitiva, insuficiente para las ceremonias pontificales de sus abades mitrados, demolieron los monjes la fábrica de templo románico y comenzaron una nueva iglesia de proporciones casi gigantescas y acomodada al gusto reinante, en cuya obra andaban afanados cuando llegaron los días aciagos de la guerra de la Independencia.

Durante esta contienda, el monasterio es asaltado por las tropas francesas, que incendiaron íntegramente su riquísimo archivo y parcialmente la biblioteca, saquearon todas sus dependencias, se instalaron durante varios días en él y le causaron daños irreparables, además de haber asesinado a tres de sus monjes, que no pudieron huir, y a muchos paisanos del pueblo y de las aldeas vecinas.

Finalmente en el 1835, como consecuencia de las ominosas leyes de la Exclaustración, se fueron los monjes violentamente del lugar en que habían vivido a través de muchas generaciones y siglos, dejando en el mayor abandono lo que había sido famosa Abadía de la Orden de San Bernardo.

ESTADO ACTUAL

El abandono en que Carracedo quedó a partir de la exclaustración no tardó en dejar sentir sus efectos. Las estancias vacías, los claustros silenciosos, la iglesia abandonada, la espléndida huerta sumida en la mayor dejadez comenzaron muy pronto a dar pruebas de decadencia y deterioro.

Puesto todo en venta por el Gobierno central, fue adquirido, mediante el pago de una cantidad irrisoria, por un valdeorrés rico, liberal y desaprensivo que, apenas lo vió en su poder, comenzó ansiosamente la obra de despojo, a la que cooperaron con su rapiña los vecinos del inmediato pueblo y aún los de otras poblaciones cercanas: Muebles, alhajas, libros valiosos, ornamentos de iglesia, imágenes de santos y hasta columnas y fuentes de piedra fueron saliendo, en doloroso y triste éxodo, camino de los sitios más dispares. Comenzaron a demolerse muros, claustros y estancias, para construir con su piedra bien labrada casas, palomares y cuadras en fincas adyacentes. Los patios y claustros quedaron pronto convertidos en huertas, que la riqueza del suelo hacía feracísimas y que sus dueños trataban de agrandar a costa de continuas demoliciones del edificio.

Sólo se salvaron de la ruina total aquella iglesia moderna y amplísima, que los monjes estaban todavía construyendo cuando se fueron, y las dependencias del Capítulo y Sala Abacial, que el sacerdote encargado de la parroquia habilitó precipitadamente para las funciones religiosas del pueblo y para su residencia. Así se salvaron de la enajenación. En la parte del mediodía se salvó también un ala del edificio, que varios vecinos habían comprado al valdeorrés, para que les sirviera de residencia particular.

Hoy el monasterio de Carracedo es un ingente montón de ruinas, sobre las que apenas la fantasía puede imaginar el soberbio y magnifico edificio que dio en otro tiempo cobijo a la floreciente comunidad monástica. Es lamentable contrastar allí la obra demoledora que, en un lapso de tiempo que apenas rebasa del siglo, ha hecho tan violentos y durísimos destrozos.

Sin embarga de esto, las ruinas de Carracedo son todavía notabilisimas. En cada rincón, en cada portada o ventana que se conserva, en todo el conjunto mutilado y triste del edificio flota un aire de grandeza tal y una filigrana de arte tan notoria y espléndida que hacen de estas ruinas de Carracedo una de las joyas más estimables que la provincia de León conserva. Lástima que, a estas alturas de valoración ecuánime de nuestros motivos monumentales y artísticos, sigan en tan lamentable abandono...

EL PALACIO REAL

Bastaría esto para que nuestros ojos se volvieran ávidamente hacia Carracedo y para que lo estimásemos como la joya más preciada de nuestro pasado artístico e histórico. Porque entre esas ruinas magníficas y tristes de Carracedo se conserva nada menos que un palacio de aquellos esforzados y heroicos reyes de la inmortal Monarquía leonesa.

El hecho es por sí mismo elocuente e impresionante. Pero su apreciación sube incalculablemente de estima si se tiene en cuenta que este de Carracedo es el único palacio auténtico que de tan alta Monarquía nos ha llegado. Ni en la capital de León, ni en Galicia, ni en parte alguna podremos contemplar cosa semejante. De cuantos tuvieron, esparcidos por la geografía leonesa, todos han perecido irremesiblemente. Y sólo éste ha logrado permanecer indenme, aunque muy mutilado, a través de los tiempos y del abandono.

«Sólo en Carracedo —he dejado escrito en otra parte — nos es dado imaginar dignamente las figuras venerables de aquella lejana Corte leonesa, tan austera y esforzada, que apenas sabe del descanso ni de la vida palaciega y muelle. Sólo en estas estancias vacías y ruinosas podremos encuadrar dignamente las siluetas de nuestros heroicos reyes, de nuestras bellas princesas y remas, de aquellos nobles que sabían más del manejo de la espada y de la lanza en los recios combates que de hacer reverencias y genuflexiones en los palacios o de sentarse cómodamente en los banquetes ..»

Ningún otro título más necesitaría Carracedo para ser considerado como meta de admiración de atenciones preferentes. Pero todavía tiene otro más exquisito y espléndido: La filigrana de su arquitectura y la galanura de su arte.

Con este mismo articulo doy una selección de fotografías debidas a la prodigiosa máquina del muchas veces laureado artista ponferradino Amalio Fernández García. Ellas hablarán con su elocuencia gráfica e impresionante de ese halo esplendoroso y magnífico de delicadeza y de arte que campea en nuestro único palacio real leonés. Bien hubiera querido que, en vez de doce fotografías, hubiera sido en número cuadruplicado o quintuplicado las que hubiesen tenido cabida aquí, para dar una idea más adecuada de lo que el palacio es todavía y de lo que pudo ser en la antigüedad. Y hubiera deseado que estas líneas se hubieran podido alargar todavía mucho, para poder describir y explicar convenientemente las diversas estancias de que la vetusta mansión se compone, las galanuras de su arte y el estado en que se encuentra en la actualidad.

Pero el espacio disponible ha hecho forzosa una dura selección en el material gráfico e impone también una terminación rápida de esta escritura. Pero no es posible poner el punto final sin intentar una descripción apresurada de lo que las ruinas de este palacio son en la actualidad y de lo que, a través de ellas y de otros indicios o suposiciones, podamos llegar a saber sobre su pasado.

LA PRIMERA PLANTA

Lo que hoy nos queda del palacio real de Carracedo se reduce a dos plantas, con estancias en cada una de ellas muy variadas. En la antigüedad tenía una tercera que, si ha desaparecido en casi su totalidad, ha dejado señales evidentes de su existencia y emplazamiento. No ocupaba esta planta tercera toda la superficie del palacio, sino solamente la parte del Sudeste. Obsérvese detenidamente la fotografía señalada con el número II, extraordinariamente elocuente en este sentido:
En la parte inferior se ven un arco y una ventana, correspondientes a las estancias de la primera planta del edificio, que inmediatamente describiremos; sobre ellos se nos ofrece el espléndido rosetón románico, correspondiente a una habitación de la planta segunda. Y encima de todo, flaqueado por torreones cilíndricos y con una ventana amplia y sencilla en el centro, se alza una pared solitaria: Es lo que queda de esa tercera planta casi desaparecida. Visto el edificio por la fachada opuesta, apenas se pueden sorprender restos de esta parte superior.

La planta baja del palacio está constituida por tres estancias bien distintas entre sí. La primera es un amplio salón que, al parecer utilizaron en algún tiempo los monjes como Sala Capitular, por lo que es conocido con el nombre de Capítulo; la segunda, de proporciones más reducidas, está a su derecha y recibe el nombre de Locutorio; la tercera es sencillamente un pasadizo en la actualidad.

Por una puerta románica con tres pares de columnas de finísimos capiteles (Fotos 3, 4 y 5), flanqueada por dos ventanas también románicas aunque de muy diferente factura, se penetra en el Capitulo. Se compone éste de un amplio recinto, cubierto por nueve bóvedas, que descansan en cuatro columnas monolíticas, cuyos fustes se componen de otros ocho juntos y adornados con capiteles bien labrados. Las bóvedas son de factura gótica primitiva y en la clave central hay un ángel que tiene un incensario en las manos (Foto 6).

En las paredes laterales y entre cada una de las repisas en que se apoyan los arcos de la bóveda. hay unos lucillos, hechos con la máxima sencillez. En ellos se enterraron los primeros abades del monasterio: En dos de la parte izquierda estuvieron enterrados San Florencio y Diego, su inmediato sucesor. En el del centro de la derecha se dio sepultura a un Bernardo, completamente desconocido, cuyo epitafio, por ser inédito quiero consignar aqui: «ABRAS BERNARDUS JACET HIC PROBUS ET VENERANDUS, EGREGEUS, CUI DEUS ESTO PIUS».

Parece seguro que los monjes usaron, al menos en algún tiempo, esta pieza como Sala Capitular. Sin embargo se hace preciso buscarle una dedicación anterior, cuando todavía el edificio era auténtico palacio. ¿Sería la caballeriza; el lugar para recoger las armaduras de los hombres y los pertrechos de los caballos; o se trate simplemente de la despensa de la regia mansión? Es difícil precisarlo. Pero su posición, sus condiciones y el resto de la edificación parecen excluir todo uso humano para esta habitación bella e interesante conocida con el nombre de «Capítulo».
El llamado Locutorio parece haber sido la despensa del palacio. Es una. pieza que mide 14 metros de largo por sólo 2 y medio de ancho. Su bóveda de cañón con arcos travesaños descansa sobre repisas, cuyas esculturas se picaron de propósito, acaso por no estar muy conformes con el espíritu de los monjes bernardos que habitaron el monasterio. A los lados corren, bajo los arcos, unos poyos de piedra para sentarse. En el siglo XVII se le dio salida, tras una reforma en su tramo final, al jardín del Naciente.

La tercera de las estancias bajas del palacio está constituida por un pasadizo muy semejante al anterior, si bien es mis estrecho todavía. Tiene idéntico abovedamiento, iguales repisas, también picadas de intento, y puerta de entrada por la fachada del Este. Es muy probable que fuera la bodega de la morada real.
A la derecha de toda esta edificación está la escalera de acceso a las estancias superiores. Hoy se ve descubierta y desamparada. Está en el más lamentable abandono. Sus peldaños son de piedra ordinaria, desgastados ya por el paso de muchos siglos y de innumerables pies, y resultan cómodos y sencillos. Tenía una balaustrada, también de piedra, de fina factura y no mal gusto, que ha desaparecido por completo, si bien se conservan algunas piezas en una estancia reducida, que luego mencionaremos y que debió de servir de sacristía.

PLANTA SEGUNDA

Después de 24 peldaños y dos descansos, se llega a una puerta rustica, forrada de chapas de hierro, que nos franquea la entrada. La primera habitación, verdadera antecámara del palacio, tiene bóveda de cañón agudo, que descansa sobre un resalte y sobre repisas adornadas de leones y grifos por parejas. En medio hay una cabeza de hombre joven.

Por aquí se pasa a la segunda de las estancias, que es una de las más bellas y de más rica ornamentación de todo el edificio. Está formada por un cuadrilátero, de 6,30 por 5 metros de lados, que, por medio de trompas, se transforma en la altura en un octógona. Se cubre con bóveda de otros tantos cascos (Foto 7), que ostenta en el centro una bellísima imagen románica del Salvador con los símbolos de los Evangelistas a sus lados. Las repisas en que asentaban sus arcos fueron picadas intencionadamente, acaso para asentar mejor la cajonería del riquísimo archivo del monasterio, que aquí estuvo instalado. Todavía hoy se llama Archivo a esta pieza. Las paredes se adornan con arcos agudos y redondos, molduras, etc. El conjunto es una pieza de románico avanzado o de gótico incipiente con características muy peculiares.

Se ha dicha repetidas veces que las dos estancias últimamente reseñadas correspondían a las habitaciones de los monarcas y hasta se ha fantaseado no poco con su aspecto recogido y penumbroso, en contraste con el alegre y claro de las que siguen, que serían las habitaciones de las reinas. Aparte de no tener fundamento alguno tal afirmación, es totalmente ajena al carácter de la edificación. El señor Gómez Moreno dice de esta segunda que «se destinaría a capilla, único modo de explicar su inusitado rumbo».

Así debió de ser su extraordinaria ornamentación, los motivos de la misma y, sobre todo, el rosetón espléndido de su fachada oriental — en otro tiempo cubierto de una magnífica celosía de piedra calada— indican claramente su alto destino: Era indudablemente la capilla del palacio. Por si todo esto fuera poco, hay otra habitación inmediata en su fachada del Norte, de proporciones muy reducidas, que difícilmente podría tener otro destino que el de servir de sacristía. En ella es donde se guardan los restos de balaustrada de la escalera, que anteriormente hemos mencionado.

En su pared del Poniente está la puerta más rica y elegante de todo el palacio (Foto 8). Es de estilo gótico y, en opinión de Gómez Moreno, posterior al resto del edificio. Sobre dos columnas cilíndricas de hermosos capiteles, se desarrolla la arquivolta con cinco ángeles que tañen sendos violines. Bajo ella se cobija el tímpano, en el que se ve un Cristo desnudo yacente en un lecho. Alrededor de él, los apóstoles. Y en la parte central, la Virgen coronada, con un niño desnudo en los brazos, que acaso sea representación de un alma.

Quadrado dice que «sin duda recuerda la muerte del rey D. Bermudo (el fundador del monasterio), cuya memoria vivió perenne» en él, y que «representa al monarca tendido en su lecho y a sus gentes plañendo en derredor; y a la reina teniendo en sus brazos a su hijo, el pequeño Alfonso». La versión se ha repetido con casi entera unanimidad. Pero las llagas bien visibles del cuerpo tendido en el lecho atestiguan su identificación con el Salvador, excluyendo toda otra interpretación.

Pasando esta puerta y subidos unos peldaños, llegamos a la estancia real más noble del palacio; Fue, sin disputa posible, la cámara de respeto; la de las audiencias y reuniones de la pequeña Corte que acompañaba a aquellos nuestros reyes inquietos y casi nómadas; la sala de honor y de las solemnidades; la de la pompa, el señorío y la realeza (Foto 9).

Gómez Moreno la describe así: «Mide 10,65 metros en cuadro y tiene cuatro columnas esbeltísimas distribuyendo, mediante arcos agudos, en nueve compartimientos la techumbre». Y José M. Quadrado, que alcanzo a ver ésta en toda la belleza de su rica ornamentación, escribe: «Sala cubierta en el centro por ochavada cúpula con artesones esmaltados de estrellas y alrededor por ocho techumbres de madera más sencillos; altas y gallardas ojivas la sostienen; esbelta columnata de bizantino capitel, de cilíndrico fuste y de elevado zócalo, también circular, recibe el peso de los arcos. proyectando en el pavimento su débil sombra».

La bóveda y techumbre, que en las anteriores descripciones tanto se celebran, han desaparecido por completo. Hoy sólo quedan algunos restos en el Museo provincial de León. Otros, que se llevó D. Francisco Giner y que Gómez Moreno menciona, no sabemos donde habrán ido a parar.

En esta habitación bellísima y excepcional, «el palacio propiamente dicho», hay que notar además los extremos siguientes: En el ángulo del NE una gran chimenea de campana, cuyo borde inferior se adorna con una larga fila de veneras; en el muro del Poniente se abren tres ventanas —todas ellas diferentes entre sí — y dos rosetones de piedra con celosías interesantes y de distinto trazado; en la pared del Sur, además de la puerta del Archivo que ya dejamos descrita, se abre otra en un plano superior que da acceso a otra habitación reducida de difícil identificación; y en la fachada del Naciente, una claraboya con restos de una fina celosía de piedra y una ventana geminada con dos arquitos apuntados y ornamentación plenamente románica, a los lados de la puerta principal.

Después de lo escrito anteriormente, nada hay que añadir para identificar la estancia ni para indicar su verdadero destino: Aquí, sobre el suelo ricamente adornado de alfombras y con las paredes cubiertas de tapices y damascos, se desarrollaron muchas escenas de corte con una majestad y magnificencia que hoy basta nos resulta difícil de imaginar. Era —lo hemos dicho ya con palabras de Gómez Moreno— «la cámara de respeto» y «el palacio propiamente dicho».

Para que la majestad y elegancia de esta pieza subiese a mayor altura y cobrase mayor esplendor, su entrada se adorna todavía con el incomparable pórtico o «solarium», de belleza, elegancia y magnificencia sin comparación posible entre todos nuestros monumentos románicos (Foto 10).

Sobre pares de columnas pegadas de dos en dos se desarrollan los arcos — de medio punto los laterales y graciosamente apuntado el central — con una ornamentación finísima de la más depurada traza románica. Todo es bello, elegante y delicado aquí. En todo campea un arte exquisito y una ornamentación rica y acertada, que imprime al conjunto una suprema perfección. José M.ª Quadrado, arrobado en la contemplación de este pórtico singular, escribió entusiasmado sobre él: «Nada más bello, nada más ideal que el aspecto de esta galería, desde el pie de la ruinosa escalera, que baja a un patio obstruido de malezas, tal vez un día amenisimo jardín...»

Delante de esta portada hubo una escalera. Su ornamentación ha desaparecido por completo, como han desaparecido también sus mismos peldaños. Sólo queda de ella el arco que la sustentaba, para poder bajar hasta lo que en algún día debió de ser «amenísimo jardín», convertido hoy en huerta vulgar. Desde ella se percibe mejor toda la espléndida belleza de esta portada única.

A su izquierda, vemos el magnífico rosetón de la capilla (Foto 11 y 12), adornado de bellísima filigrana románica. Sobre él hay un busto de hombre con barbas. A sus lados había antes otras dos cabezas, que hoy han desaparecido. Y es curioso observar que todas las piedras de sus lados y las superiores han sido removidas, acaso para sacar esas cabezas.

LA PLANTA TERCERA

Sobre todo esto se eleva la planta tercera y última del palacio real de Carracedo. Hoy no quedan de ella sino unos paredones casi informes, flanqueados por torreones redondos. Gómez Moreno, que lo vio en mejor estado, nos lo describe así: «Otro cuerpo de habitaciones, cuyo techo se ha hundido; pero sus ventanas gemelas sobre columnas y el alero de modillones son de un arte románico tan puro, que se los creería del tiempo de Alfonso VII».

Don Emilio José Prieto, que fue párroco muchos años de Carracedo y que trabajó amorosamente un voluminoso libro sobre la historia del monasterio —cuyo ejemplar único poseo en mi poder— específica algo más sobre este último cuerpo del edificio. Dice que en la pared del Sur habla una ventana geminada, que es sin duda la aludida por el señor Gómez Moreno; en la del Norte, otras dos ventanas; y «una ancha y espaciosa en la del Este». Se subía a estas habitaciones por una escalera interior —hoy desaparecida— que arrancaba de una de las estancias pequeñas de la segunda planta, y, posteriormente, por el claustro alto del monasterio.

Es indudable que esta planta tercera, aunque hayan desaparecido de ella hasta los mis leves indicios de división y ornamentación interna, correspondería a las habitaciones privadas de los monarcas y de los familiares íntimos que les acompañaban cuando venían por aquí: En la planta inferior estaban las dependencias menos nobles: caballerizas, despensa, bodega, etc.; en la principal, las estancias de honor: Capilla, Salón de recepciones... En la superior se alojaba la residencia habitual con sus dependencias para el descanso.

Es buena lástima que no se nos haya conservado aquí algo más concreto y significativo. Porque no cabe duda de que estas habitaciones, precisamente por su destino y por la intimidad que las animaría todavía, serian las que más nos hablarían de los secretos casi impenetrables de aquella corte leonesa, austera y dura, guerrera y generosa, parca en su intimidad y ostentosa para los extraños hasta dejar asombrados en tiempos del Emperador a cuantos a ella llegaban. San Isidoro de León es una lección todavía perenne de este contraste singular. Carracedo pudiera serlo también, acaso más elocuente todavía, si se pudiera llegar a reconstruir adecuadamente en su totalidad.

PROBLEMA DE CRONOLOGÍA


El estudio y conocimiento de este palacio real de Carracedo plantea diversas cuestiones, que nunca se han abordado de frente. Una de ellas ciertamente interesante y curiosa, se refiere a la época de su construcción y a las personas que las llevaron a cabo. Ella constituirá la última parte de este trabajo.
Nadie hasta hoy la ha abordado en serio. Sólo el señor Gómez Moreno, a través de las páginas que dedica al edificio en su «Catálogo monumental. Provincia de León», (Págs. 409-413) hace, casi de pasada, algunas indicaciones que quiero recoger aquí tanto por la autoridad indiscutible de su autor cuanto por ser lo único que en este sentido se ha escrito.

«Data —escribe en tono general y refiriéndose a todo el edificio— de la primera mitad del siglo XIII». Y añade respecto a su origen: «Cabe en lo posible que anduviese (Santa Teresa de Portugal) por Carracedo desde la muerte del rey su padre, en 1210, hasta la del marido en 1230, y después sus hijas, cuyos derechos a la corona paterna hubieron de motivar cierta especie de reclusión por parte de San Fernando».

Más adelante, al ir describiendo cada una de las estancias del edificio, va dejando diversas fechas, que pueden resumirse así: Hablando de la antesala y Capilla, consigna la existencia de un friso pintado «que se revela también como del siglo XIII». Sobre la pintura con que se decoraba la techumbre de la Cámara de respeto, escribe que está hecha «según arte gótico del siglo XIII»; y sobre el molduraje de los arcos del pórtico, que «corresponden casi a la mitad del siglo XIII». Y todavía más adelante, refiriéndose a la portada de acceso a la Cámara de respeto, entrando por la Capilla, dice que «es obra gótica de la mitad del siglo XIII».

Pese a la insistencia de estas fechas, consigna otra, si bien de forma imprecisa, que resulta del mayor interés y que causa no poco desconcierto: Al referirse a las estancias superiores, correspondientes a la desaparecida planta tercera, escribe: «Sus ventanillas gemelas sobre columnas y el alero de modillones son de un arte románico tan puro, que se los creería del tiempo de Alfonso VII».

Dios me libre de tratar de desautorizar a tan eminente y admirado Maestro. Pero, a poco que se medite sobre los diversos puntos recogidos de su escrito, es inevitable advertir que no se puede llegar a conclusión ninguna cierta sin hacer antes algunas salvedades de la máxima importancia:

Inexplicablemente separa de lo que él denomina Palacio Real todas las estancias que constituyen la planta baja del edificio. Según él, corresponderían éstas al monasterio construido por los monjes en el siglo XII, y sobre ellas se habría llevado a cabo la edificación del verdadero Palacio un siglo más tarde. Confieso que no encuentro motivo ninguno para establecer esta diferencia.

1ª Hay, sí, ornamentación distinta; nuevos giros en la edificación, matices diferentes en uno y otro cuerpo. Pero nunca se pierde una constante importantísima que no deberá perderse de vista; El románico puro, bellísimo, que si en la ventana geminada del «Solarium» y en su arco central apunta sus arcos de manera graciosa y elegante, conserva el medio punto en los demás y presenta marcada coincidencia en los adornos de ambas partes de la edificación.

2ª Todas las fechas concretas que Gómez Moreno nos da se refieren a partes pequeñas y ornamentales, que muy bien pudieron ser renovadas en épocas posteriores a la verdadera fábrica del edificio. Así el friso del siglo XIII coincide precisamente en la parte del edificio que poco antes ha calificado como «lo más antiguo». La puerta de acceso a la «Cámara de respeto» pudo muy bien ser añadida posteriormente. El gótico interior de ésta se encuentra sobre el Capítulo del siglo XII y dentro de las paredes que difícilmente se podrían fechar, sin pasar por temerarios, en centuria diferente. Y, por si esta fuera poco todavía, habrá que tener en cuenta —y este dato es de la máxima importancia— la última advertencia, que implica una extraña contradicción.

3ª La parte más antigua, según el mismo Gómez Moreno, es la tercera planta: Que se creería del tiempo de Alfonso VII por su arte románico tan puro». Ahora bien, ¿cómo compaginar la construcción de esta planta, que es la superior, si corresponde al siglo XII, sobre otras dos «de la mitad del siglo XIII? Es indudable que cuando aquélla se construyó tenían que estar edificadas las inferiores. Y, en consecuencia, las fechas que este eximio autor nos da no podrán ser admitidas como del edificio en si, sino solamente por lo que afecta a aquella parte accesoria a la que se aplica, y siempre posterior a la obra fundamental del palacio.

Por otra parte, es también indudable que las columnas de la «Cámara de respeto» — llamada vulgarmente Cámara de doña Sancha y Cocina de la reina — tienen un marcado sabor gótico, como lo tiene también la portada de acceso desde la Capilla, amén de otros adornos y elementos. Por tanto habrá que admitir que, efectivamente, hacia la mitad del siglo XIII se llevó a cabo una reforma importante en el edificio, cosa que no seria difícil de comprobar en la actualidad sobre la misma edificación.
Concluyamos, pues, que la construcción de este Palacio Real de Carracedo no es precisamente del siglo XIII, sino del XII, cuando el románico estaba en su máximo apogeo, como indica la parte más alta de él, aunque no en todas sus partes haya conservado aquella pureza primitiva. La planta inferior es buena prueba de ello todavía.

Ahora bien, ¿cómo y por quién fue construido el palacio? Consignemos que el edificio está, hoy por hoy, totalmente indocumentado. Hasta ahora no se ha podido encontrar la más mínima alusión a su existencia en escrituras antiguas. Por lo cual habrá que proceder, como hizo ya el señor Gómez Moreno, guiados por meras hipótesis, para encontrar respuesta a las preguntas formuladas.

Esto no obstante, hay algo que puede servir de guía en la formulación de una conjetura razonada y aceptable: Una constante tradición en el monasterio, perpetuada más tarde también en el pueblo, relaciona íntimamente a este palacio con una doña Sancha. Así a la mejor de las estancias —la Cámara de respeto— se la ha denominado siempre «Cocina de la reina» y «Cámara de doña Sancha». Y es indudable que esto tiene que tener algún fundamento real, hoy para nosotros desconocido.

Estimo que esto no debe de ser otra cosa que la construcción del palacio por parte de la reina. Y que esta reina doña Sancha no es otra que la piadosa hermana de Alfonso VII, el Emperador: Aquélla a quien, según la Crónica Adefonsi Imperatoris, el rey «quiso que llamasen reina y que todos la tuviesen como a tal»; la que pasó gran parte de su vida en el Bierzo con una verdadera corte en el palacio de Villabuena; la que el P. Flórez califica de «Gobernadora del Bierzo» cuando en realidad era una auténtica reina berciana.

Esta doña Sancha fue precisamente, según dijimos al principio de este escrito, la verdadera restauradora de la vida monástica en el monasterio de Carracedo, cuya reconstrucción encomendó a San Florencio, arrancándole de su monasterio de Santa Marina. Doña Sancha dotó además espléndidamente la fundación, trabajó incansablemente por su prosperidad e interpuso su influencia personal ante el propio San Bernardo, en favor de su fundación predilecta, para resolver un pleito difícil que cedía en beneficio de Carracedo. Y doña Sancha consiguió de su hermano el Emperador que prestase atención preferente a este monasterio. Un documento de la época dice expresamente de ella que «valde dilexit Carrazetum». ¿No será lógico concluir que fuera ella la que quisiera tener su residencia al lado de los monjes que tanto apreciaba, labrando con esa finalidad este palacio que vendría a estar así plenamente «en tiempos de Alfonso VII», según la opinión del Sr. Gómez Moreno?
Los argumentos no son ciertamente apodícticos. Pero, en tanto que nuevos descubrimientos arqueológicos o documentales no nos obliguen a otra cosa, creo que esta conclusión sea la más aceptable y a ella habrá que atenerse hoy por hoy.

FINAL

Brevemente hemos recogido aquí una impresión de lo que es hoy Carracedo y de lo que signican sus restos monumentales en lo que hasta nosotros ha llegado de lo que un día fue bellísimo palacio de los reyes de León. A través de lo escrito hemos podido ir comprobando la cantidad enorme de cosas que han ido desapareciendo y la tremenda mutilación de que han sido objeto otras muchas. Bien puede decirse que hoy apenas si nos quedan indicios —algo así como el duro y seco esqueleto—de lo que el palacio debió ser en sus épocas de esplendor.

Pero, aún así, qué indicios tan espléndidos y qué magnifico esqueleto es éste que poseemos: Una joya de primerísimo orden, lo mismo en el sentido artístico que en el histórico y sentimental. Todos los leoneses deberíamos conocer, admirar y mimar estas ruinas como una reliquia casi sagrada de nuestra gloriosa Historia. Porque él constituye uno de los recuerdos más íntimos y entrañables que nos quedan de aquella heroica Monarquía nuestra, tan lejana como olvidada y casi desconocida.

Cuando tantas cosas hemos perdido o hemos dejado lastimosamente desvanecerse de las que a ella pertenecieron, tenemos el deber de respetar y venerar, de cuidar y de restaurar, hasta darles todo el esplendor que se merecen, las pocas que han podido salvar el paso de los siglos y la incuria de nuestros antepasados. Y, entre ellas, ha de contar siempre mucho este palacio ruinoso y espléndido de Carracedo.

No pondré el punto final a mi escrito sin suplicar viva y ardientemente a la Excma. Diputación Provincial de León, ahora que tan cerca le van a llegar estas líneas, que atienda amorosa y decididamente a este girón glorioso de nuestra historia y de nuestro arte, reliquia apreciabilisina que no se puede descuidar.

La memoria de nuestros gloriosos reyes, el recuerdo imperecedero de nuestra vieja y alta Monarquía, el buen nombre de la Provincia —heredera indiscutible de su gloria y de su nombre—exigen la restauración cuidadosa y mimada de este Palacio Real, que, juntamente con el templo de San lsidoro de León, constituye la reliquia más intima y elocuente de los tiempos y de los hombres que el paso del tiempo va alejando de nosotros, pero que nunca podremos dejar dignamente que nos sean arrebatadas del recuerdo y de la veneración.

La tarea de la restauración de Carracedo, especialmente en lo que se refiere a las ruinas de su Palacio Real, es labor que conduce a revalidar la Historia de León, a mirar por la gloria de la Patria y a trabajar acertadamente por el buen nombre de nuestra provincia.

LA PROPIEDAD DEL PALACIO

Aquí había puesto el punto final de mi escrito creyendo haber llenado mi cometido de dar a conocer bastantes pormenores de esta notabilisima obra artística leonesa. Pero luego me he arrepentido un poco de mi decisión, y ante opiniones y decisiones equivocadas o maliciosas respecto a otro punto importante, relacionado con el palacio real de Carracedo, me decidí a prorrogar por unos párrafos más mi escrito, con el afán de dejar las cosas en claro.

Voy a terminar escribiendo sobre la propiedad actual de ese palacio leonés. Que no es, como alguien se ha podido imaginar, del Estado Español, ni del Patrimonio Artístico Nacional, ni de ningún otro Organismo de carácter nacional o provincial. El palacio es, sencillamente, propiedad de la Diócesis de Astorga.

Sospecho que va a sonar casi escandalosamente esta afirmación mía en muchos oídos. Ilusionados o halagados por falsos espejismos de muy distinto tipo, la realidad va a cortar las alas de tales ilusiones. Pero esa es la verdad única y exclusiva, que voy a tratar de dejar en claro a través da los breves párrafos que siguen.

Parecería lógico, a primera vista, que estas dependencias, integradas en un edificio monástico que después de ser objeto de la desamortización en 1835, fue malvendido a un señor particular y que luego pasó de unas manos a otras hasta llegar a sus múltiples dueños actuales, parecería lógico —repito— suponer que esta parte del edificio hubiera seguido la misma suerte que lo demás y que hoy debería estar en poder de alguno de esos señores que sucesivamente le han podido llamar dueños de todo o de parte del monasterio de monjes bernardos, que allí existió.

Pero no fue así: Estas habitaciones del monasterio — precisamente éstas que corresponden al antiguo palacio real— fueron exceptuadas nominalmente de la venta que del monasterio se hizo, reservando la propiedad de las mismas para la Iglesia en concepto de «casa rectora» del pueblo de Carracedo. Y precisamente por esto se han podido conservar de la ola de destrucciones despiadadas y furibundas que invadió al monasterio a raíz de su «desamortización». Una vez más la Iglesia ha sido la salvadora de esta joya artística incomparable.

Don Emilio José Prieto, en su monografía Carracedo, que ya hemos citado en este mismo escrito, es el primero que nos da la noticia de haber sido excluida da la venta esta parte de la edificación y la verdadera causa de tal exclusión. «Consérvanse - escribe - la Sala Capitular o Panteón de Abades, el Archivo y la mal llamada Cocina de los Reyes, por haber sido exceptuadas de la venta, destinadas para casa rectoral». (Vol. 1. Fol. 112).

Ya esto, por la simple autoridad de su autor, seria buen argumento en favor de la verdad: Trabajó mucho don Emilio su obra, indagó mucho en los documentos que pudo encontrar y en las personas de Carracedo, donde convivió con algunas que, como él mismo nos dice, habían vivido con los últimos monjes bajo los mismos techos del monasterio. Al hacer esta afirmación, reflejaba en ella, indudablemente, la opinión y el sentir de las gentes que habían nacido allí, que conocían a fondo todo aquello y que habían vivido y experimentado las peripecias y vicisitudes de tan sobresaliente y maltratada obra, en la que todos, de alguna manera, se sentían interesados y partidarias. E, indudablemente, también este sentir de las gentes respondía en este caso a la realidad de lo ocurrido.

Tan es así que en el año de 1910, apenas se había posesionado de la parroquia el propio don Emilio José, se dio cuenta de que el abandono en que estas habitaciones permanecían hacía difícil y peligrosa su conservación: Necesitaban una cubierta que las reservase de las aguas y de las inclemencias del tiempo y cuidados especiales que evitasen su ruina si no se atendía pronto a su conservación. Y acudió al Obispo de Astorga, como representante nato de la Iglesia, su propietaria, en súplica del remedio para tal necesidad. Don Julián de Diego y Alcolea, a la sazón Obispo de la Diócesis, gran amante de la belleza y del arte, «inmediatamente mandó obreros de Astorga —son palabras de don Emilio en el libro citado— con el encargo de cubrirla. El encargado de las obras las contrató a unos de Fuentesnuevas; y éstos, el losado a unos de San Pedro de Olleros» (Fol. 110). Posteriormente el Obispo don Antonio Senso Lázaro reparó nuevamente esta cubierta de las habitaciones regias, que al paso de los años y las inclemencias del tiempo habían vuelto a deteriorar.

Estos actos, de indiscutible dominio, constituyen un argumento muy fuerte en favor de esa propiedad por parte de la Diócesis sobre las estancias vacías del palacio. No hubieran gastado dinero de los fondos, siempre escasos, del Obispado los señores Alcolea y Senso Lázaro de no haber tenido la seguridad y la certeza de que los gastaban en un edificio notable, que era propiedad de la Diócesis que administraban. Ni los párrocos hubieran acudido a ellos con tal demanda de no contar con la misma seguridad. Y esto se refuerza sobremanera si tenernos en cuenta que, por esas fechas, ya existía en el pueblo otra casa que servía de morada del sacerdote.

PRUEBA DOCUMENTAL

Pese a todo esto. quisiéramos tener un argumento documental de mayor fuerza que nos confirmase plenamente en esto. Y, afortunadamente, lo tenemos también de la mayor excepción:

En el Archivo Diocesano de Astorga se conserva una documentación abundante y riquísima sobre un punto tan interesante como es el de la desamortización. Y de esa documentación abundante voy a tomar dos notas escuetas y clarísimas, que no dejan lugar a duda, respecto a esta propiedad actual de la Diócesis sobra el palacio real de Carracedo.

La primera de ellas está tomada de la «Relación de las fincas que deben exceptuarse de la permuta de los bienes de la Iglesia por títulos intransferibles del 3 por 100, según el convenio de 1857, adicional al Concordato de 1851». Esta relación se hizo en León a 17 de noviembre de 1860, en la Administración Principal de Propiedades del Estado de la Provincia de León, y está firmada por el fiscal interventor Maximino Pérez Villa y por el Administrador que se firma sencillamente Vicente, llevando además el V.° B.° del Gobernador Alas. En el folio 10 y señalada con el número 339 se halla exceptuada de esa permuta, por no haberse vendido, «Una casa perteneciente a la rectoría de Carracedo, habitada por el párroco».

Teniendo en cuenta lo que antes nos ha dicho don Emilio José Prieto, no es difícil de identificar lo que esta sucinta relación expresa con las habitaciones del palacio real de Carracedo. Y con ello tendríamos ya una prueba documental bien sólida en favor de la propiedad actual. Pero la referencia de esta relación es tan sobria que pudiera dudarse de su identificación. Detalle importante que no pasó desapercibido en la Curia Diocesana de Astorga cuando se recibió esa relación efectuada en León, por lo que el obispo astorgano don Fernando Argüelles Miranda, después de haberlo examinado detenidamente y «observando que son muchas las fincas que han dejado de inscribirse y que son pocos los linderos que se expresan, efecto sin duda de las pocas noticias que obraban en las oficinas de la Administración Principal de Propiedades y Derechos del Estado», con el consentimiento de su Cabildo Catedralicio mandó hacer otra relación «con el objeto de que la Administración Principal la sustituya en lugar de la que tiene formulada». El decreto del obispo para llevar a cabo esa nueva relación tiene fecha de 16 de octubre de 1861.

Esta relación, nuevamente formulada en el folio 29 y bajo el número 355, se expresa así, con referencia al pueblo de Carracedo, al concretar más los datos sobre la habitación del párroco: «Una casa rectoral con sus dependencias, que es la parte del convento llamada «Cocina de los reyes», linda al Norte con sacristía de la iglesia; Poniente y Mediodía con ruinas del convento. Pertenecía al convento de Bernardos y está destinada al uso y habitación del párroco». (Legajo 3.050 del Archivo Diocesano de Astorga, en su expediente núm. 4).

No creo que sea necesario seguir escribiendo más sobre ésto. Esta última aclaración de 1861 se ofrece tan explícita y terminante que se basta por sí misma para atestiguar la exención del palacio de las ventas efectuadas y, en consecuencia, para demostrar su propiedad en favor de la Diócesis astorgana, su propietaria única en la actualidad.