El Reino Olvidado

Este diario es la crónica de un país olvidado, el seguimiento de su huella histórica, cultural y artística en España y en Europa.

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Lugar: Bergidum, Asturia, Spain

ex gente susarrorum

lunes, diciembre 04, 2006

Palomares

Cuando en la región de León se habla del «palo­mar», siempre se piensa en la Tierra de Campos; sin embargo es una construcción que con mayor o menor amplitud se encuentra en casi todos sus territorios. A pesar de ello es exclusivamente en la Tierra de Campos y su entorno donde adquiere el carácter de edificación tipológica.

La Tierra de Campos es ese territorio casi llano, tierra de tierra, tierra en la que se puede aplicar la frase de Torres Balbás cuando señalaba que nuestros pueblos son míseros caseríos apiñados alre­dedor de un edificio monumental en medio de un territorio pleno de soledad. En ese paisaje aparece, unas veces cerca de los pueblos y otras en medio del campo, una pequeña construcción que se mimetiza con el paisaje y que solo se ve bien cuando se recorta contra el horizonte: el palomar.

El barro, utilizado en forma de tapia o en adobes, es la base de la mayor parte de estas construcciones, por lo que su identi­ficación con el territorio es total. Ambos materiales se utilizan independientemente, pero es más frecuente que el adobe rema­te muros de tapial, todo ello asentado sobre una base de piedra que la aísla del terreno. Como complemento existen en los palo­mares de la Tierra de Campos otros dos materiales, la madera y el ladrillo; la madera como armazón de cubierta, cierre de hueco, dinteles... y el ladrillo en los detalles decorativos de la cubierta, aleros, cenefas, recerco de la puerta, dinteles rectos o en arco... La cubierta siempre es de teja. La piedra, aparte de en la cimentación, en algún recercado de puerta y, esporádicamen­te, en los límites de la comarca, se ven muros construidos total­mente con este material.

La conjunción que estos materiales produce lleva a E Roldán Morales a señalar que «configuran una forma de hacer así como unos resultados de indudable personalidad, y de sor­prendentes efectos plásticos, vanamente perseguidos por profe­sionales y raramente alcanzados». Ante un grupo de palomares C. Flores señala:

aunque se encuentren alejados unos de otros, parecen establecer entre sí una relación dialéctica, la sensación que se experimenta per­tenece a un nivel estético semejante al que puede producir la con­templación de cualquier obra de arte. Una vez más, el azar, un alia­do pocas veces ausente de las mejores creaciones populares, o tal vez esa grandeza inherente a las obras realizadas con sabiduría y humil­dad, hacen posible que allí donde, aparentemente, sólo se pretendió una solución a un problema material, pueden encontrarse valores estéticos tantas veces perseguidos por los profesionales de las artes.

Las primeras referencias históricas sobre la cría de las palomas hemos de buscarlas en la Edad Media; en un diploma del año 956 el presbítero Vitiza otorga a la iglesia de Santa Engracia, en el Bierzo, entre otros bienes, un palumbare; posteriormente, en mayo de 1465, el rey Enrique IV ante las Cortes de Castilla y León, reunidas en Salamanca acepta en el punto 23 la persecución de los cazadores de palomas en las cercanías de los palomares. La importancia que se ha dado a la cría de palomas queda reflejada en la cantidad de tratados de agricultura que han marcado normas para su construcción. León Bautista Alberti en De re edificatoria en el siglo XV trata este tema.

La paloma es un animal asustadizo y hasta tímido por lo que el palomar se cierra sobre si mismo, favoreciendo sus hábitos de vida. Esto se consigue haciendo una gran «jaula» de barro que en las diversas paredes interiores tiene los «neales» o nichos que permi­ten anidar a las palomas y cuyo acceso solo se realiza por pequeñas aberturas situadas en el tejado, siempre protegidas de los vientos de norte y cuyo tamaño impida el acceso al interior de las aves rapaces, sobre todo del milano. Una puerta permite la entrada de personas, para dejar alimento en los tiempos en que éste es escaso en el campo, agua en ciertas épocas, recolectar los pichones y reti­rar la palomina que se destina al abono de los campos. De la palo­mina ya hablaba el hidalgo del Lazarillo de Tormes: «tengo un palomar, que a no estar derribado como está, daría cada año mas de doscientos palominos. Y otras cosas que me callo...».

Para dar mayor capacidad de parejas al palomar se amplía el número de paredes, levantando en el interior muros, generalmente no estructurales, que no llegan hasta la cubierta. También algu­nos palomares presentan patios interiores que sirven para guardar temporalmente ganado, aperos... Los neales son la parte esencial del palomar y para su construcción se utilizan métodos diversos: se hacen con adobes, dejando huecos; con tablas sujetas por barro; empotrando en el tapial vasijas sin cocer; excavando el tapial y recubriendo el nicho con pasta de cal... Suelen tener forma de cuarto de esfera, aunque los hay de sección cuadrada o triangular.

Para que esta construcción aparentemente sencilla funcione correctamente, es importante la elección del terreno, lejos de arbo­ledas, a una distancia adecuada del agua en la que puedan lavarse las palomas, pero no muy próximo; la orientación, protegido de vientos fríos; y la organización del tejado para que la luz entre, tomen el sol las palomas, esté al mismo tiempo ventilado y prote­gido el interior.

Una estructura tan sencilla como la reseñada anteriormente ofre­ce una gran variedad de formas y composiciones, lo que demuestra la riqueza de la arquitectura popular. Las formas de los palomares quedan reducidas a cuatro: circulares, cuadrados, rectangulares y poligonales, subdividiéndose todos ellos entre los que tienen y no tienen patio interior. Cuando no existe patio interior el tejado puede ser chato o escalonado; en éste caso se vuelven a producir las formas más caprichosas. Los cuadrados y rectangulares pueden tener el patio dentro del palomar o a un lado; estos patios determinan la estructura, la planta y el alzado. Todos los tipos presentan además diversas variantes según las formas del tejado, sean a una, a dos o a cuatro aguas y, en los que disponen de patio, viertan hacia afuera, hacia adentro o a ambos lados. En el patio se sitúan los comederos para las épocas en que escasea el alimento en el campo y algunas veces sirve para guardar algún ganado y aperos para el campo. La forma más común es la redonda y la menos la poligonal, aunque sea ésta la que produce los palomares mas llamativos y espectaculares.

Los adornos de los palomares, como señala J. L. Alonso Ponga, «representan una licencia decorativa en unas comarcas donde todo es sobrio, donde no hay lugar para el adorno superfluo y banal», al tiempo que demuestran el gusto por la obra bien hecha en la arquitectura popular y la intención de los anónimos artesanos que la construyen, de dejar un toque personal que los identifique. Esta decoración se concentra en la cubierta, remates de la cumbre, ale­ros y muros guardavientos, con gran variedad de figuras y filigra­nas, que llegan a ser verdaderas obras de arte.

Geografía del palomar

En la Tierra de Campos y en las comarcas aledañas aparecen palomares en todos los pueblos, en mayor o menor número. Su estado de conservación va desde el que se mantiene en uso hasta el que se encuentra totalmente arruinado, pasando por los restaura­dos de forma correcta y los que se mantienen a base de remiendos de ladrillo.
En la provincia leonesa las mayores aglomeraciones se concentran en los Oteros, comarca aledaña a la Tierra de Campos.En el resto de la región podemos también encontrar palo­mares, aunque en número menor. En estos territorios varían los materiales de construcción, pero no la esencia de los edificios; al alejarnos de la Tierra de Campos y su entorno el barro desaparece y se sustituye por el ladrillo y la piedra, siguiendo la teja con mate­rial de cubierta, salvo en el Bierzo y la Cabrera donde se cubren con pizarra. En estos territorios los nichos se hacen dejando hue­cos con las propias piedras en forma de pequeños mechinales, aun­que el barro no desaparece del todo en lugares donde la piedra es la reina de la construcción popular.

La forma de los palomares del Bierzo, Cabrera y Sanabria suele ser cilíndrica con cubierta a un agua y con los muros resaltados para proteger la entrada de las palomas.