El Reino Olvidado

Este diario es la crónica de un país olvidado, el seguimiento de su huella histórica, cultural y artística en España y en Europa.

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ex gente susarrorum

miércoles, noviembre 15, 2006

Un día en el país de los bercianos

EMILIO GANCEDO

Diario de León 24/8/2004

«Lo primero que me pasa cuando salgo del Bierzo es que me desoriento. No tengo puntos de referencia. Cuando estoy en el Bierzo, aunque me encuentre en un pueblo o en una zona que no conozco, siempre sé más o menos dónde estoy sólo con mirar para los montes: sobre Ponferrada, el Pajariel; hacia el Oeste, el estrechón de Villafranca; tirando para las Médulas, las barrancas de Santalla; al Norte, las alturas de Gistredo, Catoute y la cordillera cantábrica; y en el Este, la línea que va del Morredero y el mirador de la Guiana a los altos de Bembibre».

De esta manera se expresa un berciano de a pie, uno de tantos, y en esta declaración va incluida buena parte del ser y del sentir de nuestra comarca: es ese sentimiento de refugio, de nido, de defensa, de amparo, abrigo y protección que a la «hoya» le dispensa el completo cinturón de montañas que la rodea por todas partes, convirtiéndola en una especie de bastión encastillado, inexpugnable. Y eso, claro está, modela caracteres y actitudes, haciendo del berciano un tipo pegado a su terruño, su finca, su valle y su huertina. Es un paisano bien atrincherado entre oteros rojos y verdes, al que sin embargo no le importa franquearlos de vez en cuando para enfrentarse al mundo con una mentalidad franca y optimista.

Y eso es porque a su misma puerta ha visto pasar, desde hace como unos mil años, un caudaloso río peregrino y multicolor, formado por gentes de mil países camino de la tumba del Apóstol allá en el Finisterre: ese itinerario abrió mentes y desbrozó senderos en estas montuosas tierras. Por ello, si nos viéramos obligados a calcular la fórmula exacta que esconde la esencia y la entraña misma del Bierzo, entre sus ingredientes habría que contar el Camino de Santiago, la fluida hermandad entre hoya y montaña, la minería, la aldea y la industria y todo ello en medio de una fronda de castaños, robles, frutales y viñedos. Piedra, pizarra, verde y negro.

En este escenario, situado siempre a medio camino entre muchos sitios, climas y lenguas, viven gentes hospitalarias y esforzadas en el labrantío, la mina, el monte y los nuevos oficios de la creciente ciudad; un grupo de gentes de cuya identidad se dicen muchas cosas (pero pocas se escriben); de la que muchas cosas se ignoran y aún se desprecian, y que todo el mundo, además, suele asociar a tópicos algo estúpidos, a ideas preconcebidas y absurdas o a limitaciones poco inteligentes.

Esta pequeña aproximación a la identidad del Bierzo pretende arrojar algo de luz sobre un paisaje natural y humano fronterizo, y, como tal, enriquecido por aires de diverso tipo y condición. Es un viaje de conocimiento y también de descubrimiento, y quiere animar a todos a investigar y saber más acerca de esta tierra única. Por ello, es necesario proceder por partes.

Una condicionante geografía

Las sierras de Ancares, Gistredo, Montes de León, montes Aquilianos y el Caurel (Sierra de los Caballos-Sierra de la Encina de la Lastra) conforman uno de los espacios básicos bercianos —la montaña, forestal— y, a su vez, circundan otro —la hoya, agraria y hortelana—. Es un paisaje dual formado por la cuenca de un río, el Sil, que se convierte así en el principal colector de la zona, unificando varias zonas que, sin ser específicamente bercianas —Laciana, Alto Sil, vertiente atlántica de la Cabrera— se añaden a su zona de influencia creando una gran «región» natural formada por varias y diferentes subcomarcas. Este concepto de elevación- fosa queda bien reflejado en las palabras del padre Flórez (siglo XVIII), cuando dice aquello de: «En el Bierzo no puede entrarse si no es bajando, ni puede salirse si no es subiendo».

El clima y la economía

El clima de estos lugares de complicada orografía es también encontradizo y mezclado, en ellos se topan los aires atlánticos y húmedos que llegan del Océano con los mediterráneos continentalizados del interior y el propio de la alta montaña, siempre suavizado en la hoya; resultado: cultivos que no pueden darse tan pródigamente en la meseta. Siempre al abrigo de los montes y gracias a la influencia marítima, apenas hay heladas, desarrollándose así todo un vergel de viñedo (destacando la variedad mencía), frutales de todo tipo (manzanas, peras, higos, ciruelas, cerezas) y cultivos de huerta (sobre todo pimientos), conviviendo
con prados de siega, choperas y los inevitables sotos de castaños; y todo ello de gran calidad, contando muchos de estos alimentos con su propia denominación de origen.

Esta aptitud agraria, junto con la riqueza en pastos, nos habla del primer peldaño económico del Bierzo, y de gran importancia además: el agrícolaganadero. A él se suma otro no menos importante y además vital a la hora de hablar de la historia económica y social de la comarca: los tesoros que esconde bajo su subsuelo. El resultado de su explotación intensiva por parte de una potencia extranjera los vemos hoy en el paraje arqueológico de Las Médulas, donde Roma extrajo toneladas y toneladas de oro; los resultados de la explotación moderna del carbón los apreciamos hoy en multitud de aspectos y consecuencias: desde las huellas del paisaje a la inmigración desde otras zonas y países; desde los aspectos más positivos (concentración de riqueza, crecimiento de población, pie para otras industrias: cementeras, térmicas, etc.) a los más negativos (la dificultad de extracción, el tradicional aislamiento con deficientes vías de comunicación y la temprana aparición de competidores en otros países con precios más ventajosos ha llevado a la actual y traumática reconversión).

Así, telegráficamente, se describen las condiciones físicas y económicas en las que viven los habitantes de la zona, pero, para hablar de la identidad de un pueblo, es preciso hablar de otros asuntos que quizá no sean de tanto dominio público.

Antropología, cultura y sociedad

Uno de los tópicos instalados con más fuerza en algunas mentalidades con respecto al Bierzo es su supuesto galleguismo. Posiblemente sea tiempo ya de hablar, con conocimiento y con todos los datos en la mano, de la identidad berciana, de sus pertenencias y sus afinidades. Y según nos ha enseñado la geografía y la hidrografía, El Bierzo forma una unidad clara, muy delimitada y diferenciada del resto de zonas limítrofes; lo cual nutre la primera de las posturas posibles: El Bierzo es simplemente berciano. Cuenta con diferencias físicas, económicas y paisajísticas que así lo confirman. Otra de ellas sería que esta comarca (o conjunto de comarcas, pues dentro de ella hay varias zonas diferenciadas dentro de una común personalidad) es Galicia. Y, por fin, que es parte de León (o incluso parte del endeble ente administrativo «castellano-leonés»). Así, cada uno de estos sentires es compartido por un sector de la población, siendo difícil determinar cuál es el más extendido; ya que, como escribía hace unos meses en este mismo periódico el autor César Gavela, «Allá donde hay un berciano hay un conflicto de límites. Un obstáculo —yo diría que gozoso— a la hora de definirnos».

Quizá en este difícil dilema pueda ayudarnos otras dos piezas de este puzzle identitario: la historia y la lengua. Históricamente, el Bierzo formó parte del reino astur, luego reino leonés, desde sus más inmediatos inicios, constituyendo una zona de gran importancia, muy poco o nada arabizada, desde la cual se acometió
la repoblación de muchos espacios del Reino de León; varios pueblos llevan precisamente el nombre de bercianos por esta causa (los hay en el Páramo, en Payuelos, en Zamora...), además de repoblar tempranamente la comarca de Maragatos con su conde Gatón a la cabeza. Después, el Adelantamiento, luego Región, leonesa, incluyó siempre al Bierzo dentro de sus límites incluso con la breve conversión de la zona (junto con el área orensana de Valdeorras) en provincia entre los años 1821 y 1823.

En cuanto a la lengua, y como veíamos con el clima y otros aspectos, en el Bierzo se unen, chocan y mezclan dos dominios lingüísticos distintos: el asturleonés, en su zona norte y oriental, y el gallego, en su occidental; más tarde penetrados ambos fuertemente por el castellano. El resultado, en ambos casos, es casi siempre una situación de seria diglosia; situación en el que un idioma se percibe como dominante, culto, por el hablante (en este caso, el castellano) y los otros, por rústicos e inferiores (el gallego y el leonés). El gallego se ha intentado normalizar algo con alguna clase optativa en unas pocas escuelas de primaria pero la situación del asturleonés es mucho peor: ni siquiera está reconocido como lengua ni dialecto ni por el Estado ni por la comunidad autónoma. Uno de los problemas para normalizar y fomentar el uso de estas lenguas es lo mezcladas que están; se tiene al río Cúa como límite y línea de fusión entre ambas, pero algunos municipios cuentan con rasgos de uno y otro.

Hay, no obstante, un último resorte que puede aclararnos algo más: se trata del sistema de poblamiento, es decir, cómo se han venido asentado estas gentes sobre el medio físico y cómo han venido gobernando tradicionalmente esos asentamientos.
Bueno, pues en este caso lo que nos encontramos es con pueblos de tamaño pequeño-mediano, una red de aldeas que están situadas muy cerca las unas de las otras (de media, unos seis kilómetros, y nunca más de media jornada andando) y entre las que, de vez en cuando, aparecen villas o localidades más grandes que actúan como centro comarcal. Cada una de esas aldeas es autónoma, rigiéndose a sí misma, tradicionalmente, por medio de un concejo abierto (hoy, junta vecinal) que resuelve problemas comunes gracias a la presencia y aportación de todos los vecinos. Cada aldea tiene (o ha tenido) una iglesia, un cementerio y un pendón que identifica a todo el pueblo, y, un elemento importante, la junta vecinal posee amplios terrenos comunales, sobre todo de monte: tierras y bosques que en ocasiones reparte entre los vecinos para suavizar las desigualdades sociales, aunque en estos pueblos eran pocas; ya que cada vecino tenía un poco de todo en su minifundio, unas vacas, unas fincas, un poco de huerta... todo muy diversificado; todos no muy ricos, pero todos más o menos iguales.

Lo curioso es que así es todo León: todas las comarcas leonesas se rigen por este sistema, hasta las más «parecidas» a Castilla: también en los Payuelos hay pendón, concejo y tierra comunal. Y en el Páramo, y en la montaña, y en todas las comarcas del Norte de Zamora, algo propio y particular de esta región, distinto al poblamiento disperso de la mayor parte de Galicia y la Asturias marítima, de las poblaciones en rueda de carro de los valles cántabros, de las anteiglesias y caseríos vascos y del sistema de villa y tierra de Campos y Castilla, con sus grandes localidades con varias iglesias en medio de mares de cultivo intensivo
de cereal.

Otra cosa curiosa; este sistema tradicional es propio de la provincia de León entera, de la montaña asturiana, del norte de Zamora, de la comarca orensana de Valdeorras y de una parte del nordeste portugués: lo cual coincide justamente, más o menos, con la división administrativa que hicieron los romanos. Para ellos, nosotros éramos astures, transmontanos los de las montañas para allá (los asturianos), cismontanos los de los montes para acá (los leoneses).

Otra cosa distinta serían las propias desconfianzas que se establecen entre dos ciudades de una misma región, algo que sucede en todas partes (y más aquí, que León y Ponferrada están cada una en un extremo, si la capital fuera Astorga quizá todo fuera distinto). Además, Ponferrada está experimentando un crecimiento muy importante y reclama un espacio de poder e influencia propio para sí. Por otra parte, el hecho de que la provincia se llame como la capital influye también negativamente en esa forma despegada con la que los bercianos reciben el apelativo de leoneses.

El asunto de fondo es, pues, que el Bierzo tiene fortísimos lazos culturales con el resto de comarcas leonesas, más fuertes aún que los que lo unen con las tierras del otro lado de Piedrafita: aún cuando éstas sean también importantes.
Responsable de esto es la mezcla histórica entre sustrato prerromano y repoblación medieval, medio físico y economía, algo anterior a la formación de las lenguas, las banderas y los países, aunque no vamos a negar que este espacio cultural coincide con el núcleo básico de un reino medieval, que se llamaba a sí mismo Regnum Legionensis.

Y, como tenemos que concluir ahora (pero este tema apasionante, da, y debería dar, para muchas más letras, palabras, opiniones y refl exiones), diremos sencillamente que el Bierzo (la hoya, su montaña circundante y otros territorios que se le suman, como los Ancares, Fornela, el Alto Sil o la Cabrera Baja) es un territorio extraordinariamente bien delimitado y que, aun contando con dos hablas, mantiene íntegra su propia personalidad; si bien es hermano, de eso no hay duda, de Omaña, Órbigo, Laciana, Babia, Maragatos, Sanabria, Aliste, Riberas y demás comarcas de la región leonesa. Pero claro, ser de una región que hoy como tal no existe en el mapa, maltratada hasta la propia negación de su existencia por la comunidad autónoma en la que la han incluido; pues como que no está de moda, lo están más los cuatro tópicos que difunden otras regiones, potentes, que sí están en el mapa. Pues ahora sabemos que somos cis-astures y que ésa es nuestra pequeña patria.

Modelos de vivienda comunes a todo el Noroeste

En lo que se refiere a la arquitectura propia de la comarca, ésta es, en sus líneas generales, cercana a los usos de todo el Noroeste atlántico; pero, estudiado más en profundidad, bien diferente a sus vecinos gallegos. Los bercianos, al igual que todos los demás leoneses de áreas de montaña, han empleado tradicionalmente piedra sin escuadrar, dinteles de madera en puertas y ventanas; y corredores volados como colector solar. Aunque este tipo de arquitectura ha desaparecido de muchos lugares, fue común desde el Bierzo, Omaña y la montaña central hasta la propia capital leonesa, y semejante a la de los valles orientales de Orense y el occidente de Asturias.

Los gallegos emplean granito bien escuadrado y dinteles siempre de piedra.
En la tierra llana leonesa, el corredor al exterior se vuelca hacia el interior de las casas, a los patios.

La aldea autónoma como núcleo

Aldea+concejo o junta vecinal+terrenos comunales+pendón identifi cativo. Esa sería la fórmula que definiría a la cultura cis-astur o leonesa en su base, en su esencia misma, en lo que es distinta de las demás. Y esto se cumple claramente en el Bierzo, aún más, supera al Bierzo y se interna algo en tierras limítrofes, como los valles orientales de Orense y el área de Valdeorras, que siempre ha tenido una íntima sintonía con la comarca. Lo leonés entra en Galicia como fórmula de asentamiento, y lo gallego en León como lengua, principalmente en el fronterizo valle de Valcarce.
En otros aspectos, por ejemplo los instrumentos musicales, el Bierzo se suma a la tradición leonesa de la flauta de tres agujeros y el tamborín conviviendo con la gaita de fole: la música más típica de estas tierras. Lástima del grave y preocupante retroceso de la chifla y el tamboril por ambas partes: por la oriental, con la introducción hace unos cien años de la dulzaina, y por la occidental, con la potenciación casi obsesiva de la gaita.Todos estos aspectos se olvidan y minimizan hoy seguramente por la desaparición de León como entidad administrativa y sentimental y la lejanía que inspira el ente autónomico actual. Con fronteras o sin ellas, con gobiernos o sin ellos, todos nosotros no somos otra cosa que los astures del Sur.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Te felicito por tu blog; una mirada lúcida e ilustrada que dá luz a un horizonte de tanta oscuridad.Sigue así. Tu visión es muy enriquecedora y a tener encuenta aparte de ilustrativa de nuestra tierra; mostando todo el extenso conocimiento que tienes de nuestra tierra.


Un saludo afectuoso, Numen.

6:57 p. m.  

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