El Reino Olvidado

Este diario es la crónica de un país olvidado, el seguimiento de su huella histórica, cultural y artística en España y en Europa.

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Lugar: Bergidum, Asturia, Spain

ex gente susarrorum

viernes, agosto 25, 2006

La ajorca de la vaqueira en el lago covalancho

Mitos y leyendas de la tierra leonesa.

MATÍAS DÍEZ ALONSO.

Los vaqueiros de alzada.- Por los puertos leoneses que lindan sus campiñas con Asturias se desparramaban en otras épocas los vaqueiros de alzada habitando sus brañas de abril a noviembre. Desde Ventana a Leitariegos por La Mesa, Valvarán, Somiedo, por Torrestío, por la sierra del Rañadoiro, el cordal de La Mesa, Cangas de Narcea, todo era terreno vaqueiro. Todo con historia pequeña porque a los vaqueiros no les dejaron hacer la his­toria grande.

Los vaqueiros pertenecen a uno de esos pueblos que llaman «pueblos malditos» y que se hallan desparramados por muchos lugares de la piel española: como los pasiegos de Cantabria, los chuelas de Mallorca de origen judío, hay quien dice que también los maragatos de Astorga, los soliños de Pon­tevedra de Cangas de Morrazo, allá frente a Vigo, que se dicen hijos de los piratas normandos y de las meigas gallegas, los afiladores de Orense de la comarca del Ramuín que hablan un dialecto especial que llaman el barallete.

Los vaqueiros montaban los fuertes caballos asturcones y dos son las versiones que se sostienen sobre el origen de los vaqueiros: se les atribuye procedencia oriental, probablemente celta, traídos a nuestra península por los fenicios. Otra versión habla de unos prisioneros moros que trajo Alfonso I el Católico, yerno de Pelayo, hijo del duque Pedro de Cantabria, que reinó entre los años 739 y 756 y que convertidos en siervos y esclavos se sublevaron en el reinado de Aurelio el año 770 y huyendo del castigo abandonaron las poblaciones ocultándose en lo más áspero de las montañas y dando origen a este pueblo de los vaqueiros de alzada.

Para ellos la vaca y la oveja eran algo sagrado. De ellas obtenían leche, manteca, queso, lana, carne y piel, cubriendo así sus necesidades en una economía cerrada. Lo que les faltaba lo obtenían del hierro y por las laderas situaban sus ferrerías.

Además, velaban sus secretos y los poblaban de mitos y supersticiones con el ánimo de que no se les apoderasen de sus tesoros férricos.

Se hallaban tan discriminados socialmente que, a ejemplo, en la iglesia de San Martín de Luiña existió una viga con una inscripción, que decía: «de aquí no pasen a oír misa los vaqueiros» y en el cementerio se les reservaba un lugar para vaqueiros y forasteros.

Los vaqueiros tenían prohibido por etnia trabar amoríos con los xaldos puros, con los labriegos y ganaderos asturianos. Ni al vaqueiro se le per­mitía enamorar a una xalda ni se le ocurriera a un xaldo enamorar a una vaqueira. Ya veremos la tragedia por quebrantar esta norma social.

Una excursión a tierras vaqueiras asturianas.- Coronando el puerto de Somiedo a 1486 metros toca bajar vertiginosamente entre curvas y verdor de praderías, fresnos, chopos y castaños. La carretera es de muy buen piso y muy señalizada.

A los tres kilómetros aparece en la ladera la aldea de La Peral con hermosa contemplación en su abundancia de brañas y a un kilómetro más de descenso se avistan las brañas de Tchamardal, lejanas de la cinta asfáltica. A la izquieda quedan las brañas de Llanuces. Es una delicia encontrar un día soleado en los puertos asturianos porque lo normal es que se encuentren cubiertos de niebla.

Cuatro kilómetros más abajo se emplaza Caunedo, que es una bonita aldea de casas remozadas y bellos hórreos de madera con poyos de piedra. Una casona de bella estampa muestra un escudo con haces de trigo, cruces y un león. Los ascendientes del patronímico Caunedo participaron des­tacadamente en la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212.

En esta casona palaciega se escondió la Junta Superior de Armamento de Asturias, constituida en Luarca, obligada a huir por el avance del general francés Bonet, cuando la francesada. El edificio de las escuelas es muy bello, de piedra sillería; la iglesia es de pobrísima estampa.

Sumando dos kilómetros más en el descenso se llega a Gúa, de calles empinadas. Hay una casa de piedra labrada salpicados los muros de su torreta con cruces y círculos con hojas, que albergó el monasterio femenino del Císter, fundado por Fernando II de 1157 a 1188 y que Sancho de Miranda compró a las Bernardas en 1412, cediéndoles en beneficio un palacio de Aviles. Con otro par de kilómetros de descenso se mete ya el viajero en Pola de Somiedo, hermosa villa capitalidad del terreno vaqueiro.

La Pola vaqueira.- Pola de Somiedo es villa distinguida aunque muy pequeña. Está surtida de un par de restaurantes y una coqueta plaza con bonito edificio consisto­rial y casitas muy floridas y cuida­das. Es una villa limpia como un espejo.

La iglesia es de aspecto exterior humilde, del año 1736, bajo la advo­cación de San Pedro, en su interior es bella y con buena riqueza artística. La pradería es de las más bellas de Asturias y tuvo hasta un pequeño castillo de los Albas, aunque ya no quedan restos.

Lo que sí tiene es un gran palacio saliendo de la villa en dirección al valle de los lagos, el de los Flórez Estrada, de 1776. Flórez Estrada, uno de ellos fue un gran economista del siglo XIX condenado a muerte dos veces y expatriado las dos, en 1814 y 1823.

Pola de Somiedo envió sus varo­nes a luchar a las Navas de Tolosa. La cartela dice así:
«A Francia fue un caballero,
de los Flórez el primero,
y estando en casa real
sacó una doncella el guerrero,
de hermosura sin igual,
a la cual por ser tan bella
se la quisieron quitar
y él se puso a pelear
por defender la doncella,
que la supo bien guardar».

El ascenso desde Pola hasta Urría se las trae; es una prueba para volantistas, así como la de Valdorria en León, pero con una carretera muy buena aunque estrecha. En Urría hay dos hórreos preciosos con techo de escoba. Dejando el coche en Urría y subiendo una senda se llega con un kilómetro de andadura a una campa amplísima llena de brañas muy típicas y bonitas. Desde Urría la carretera es ya menos cuidada hasta Valle de Lago con una distancia de unos cinco kilómetros.

Los lagos de Somiedo.- Al entrar en el pueblo de Valle de Lago se ve un pequeño lago lleno de hierbajos que canalizado alimenta una central eléctrica en La Riera. En el siguiente barrio del pueblo, un kilómetro más allá, se encuentra la taberna de Lauterio con alberguería para mon­tañeros. Los fritos, casadielles, el pan de escanda, la cecina, todo colma el apetito del viajero, que por lo general llega con apetito.

La pradería es abundantísima, los riscos son imponentes y el arbolado de un hayedo majestuoso, todo ello conforma este paisaje sobrecogedor y de ensueño. Los vaqueiros de alzada saludan con educación que se palpa a flor de piel. Aquí se acabó ya la carretera y comienza un pedregoso camino apto tan sólo para vehículos todoterreno y motos de monte. Siete kilómetros median hasta el lago del Valle pasando por brañas dispersas. Si se inicia la subida por la senda superior luego se camina ya por senda horizontal.

El lago del Valle es de origen glaciar situado a 1.570 metros de altitud, tiene 23 hectáreas de superficie y 45 metros de profundidad, albergando en su vaso hasta dos millones y medio de metros cúbicos de agua; en su medio hay una isla con floresta. El paisaje es subyugador y por sus orillas muchos jóvenes de la más variada procedencia tienen instalados sus campamentos.

Desde el lago del Valle hay que caminar una hora para llegar a los lagos de Torrestío o de Saliencias, cuyo acceso es mucho más cómodo por Babia que por Asturias.

Torrestío, pueblo vaqueiro y babiano.- El topónimo Torre-estío evidencia una antigua instalación militar, torre de verano, por afluir allí, a Torrestío, vaqueiros de alzada y pastores trashumantes en busca de pastos. La torre se localizaba arruinada al sureste de la aldea. Estío es abreviación de tempus-aestium, que quiere decir estación veraniega.

Torrestío es hoy un lugar de paz y remanso enmarcado en un anfiteatro de montañas que
cierran un sugestivo valle por el que fluye el arroyuelo que kilómetros más abajo será tributario del Luna.

La leyenda de la que se hace eco el Padre Risco en su obra «España Sagrada», tomo XXXIV, página 49 y siguientes, sitúa en Torrestío los restos del santo Nathanael, uno de los varones apostólicos que predicaron el cristianismo en León, concretamente en la ciudad de Treuga, a cuarto y medio de legua de León, que luego se llamó Treugalio, Trevalio y hoy Trobajo del Camino. Allí permanecieron sus restos hasta el año 400, en que la irrupción de los suevos obligó a trasladarlos a lo interior de las montañas de León, donde los ocultaron en un pequeño pueblo llamado Torrestío. Hay otras versiones sobre el nombre de Trobajo, como de pro­cedencia judía, del judío Trebalio de la aljama de Puente Castro, dueño de grandes posesiones en Trobajo.

Torrestío es hoy un pueblo babiano con sólo cinco vecinos en el invierno, los restantes han bajado a tierras de la marina y no tornarán al pueblo hasta fines de la primavera con sus ganados y sus utensilios familiares, cumpliendo así la tradición vaqueira.

Desde Torrestío puede el viajero tomar dos rutas en sus excursiones: la que va a los lagos o la que va calcada sobre la antigua calzada romana y camino real a Asturias por el puerto de La Mesa.

Los lagos de Torrestío o de Saliencias.- El acceso es cómodo, dentro de la comodidad que puede ofrecer este terreno tan abrupto. Cuando se explotaban las minas de hierro cercanas al lago bajero se accedía bien por la pista de camiones, ahora el camino está más estropeado. Son cinco kilómetros de empinada cuesta hasta el puerto de Valvarán; allí bifurca el camino, el de la derecha baja a Saliencias y el de la izquierda nos interna hasta el mismo lago Covalancho con un kilómetro de bajada.

Cuatro son los lagos: Covalancho o de la Cueva, Calabazosa o lago Negro, Cerveril o Cerveriz y otro pequeñito que no resiste el estiaje. El más grande de estos lagos de Torrestío es el Calabazosa o Negro, situado a 1.610 metros de altitud, con veintitrés y media hectáreas de superficie y 60 metros de pro­fundidad para albergar cinco millones de metros cúbicos de agua. Unas truchas de exage­rada cabeza se comen a otros pececillos que llaman pescarda. El lago Cerveril o Cerve­riz queda un poco más alto, 1.635 metros.

El que más impone de sobrecogimiento es el lago Covalancho, verdaderamente dantesto, de ocho hectáreas de superficie, 22 metros de profundidad y un millón de metros cúbicos de agua. Cala­bazosa y Covalancho se comunican entre sí por un túnel y se aprovechan sus aguas para alimentar una cen­tral eléctrica. El Covalancho tiene sus paredes rojizas del mineral ferruginoso que años atrás lavaron en su vaso, de las minas que allí se explo­taban de donde bajaban el mineral ya molturado. Era el mayor criadero de hierro que tenía Asturias, cuatrocientas toneladas diarias molturadas que bajaban por Torrestío. Las minas se explotaron en once capas superpuestas.

En el lago Covalancho se alimenta la leyenda de la vaqueira ahogada. Es que el amor no sabe de colores ni de razas ni de estatus sociales y la vaqueira fue requebrada de amores por un xaldo asturiano y vivieron a escondidas el éxtasis del cariño. El mozo le entregó a la dama una ajorca de perlas y oro en promesa de rapto para consumar lejos la boda; perlas para engalanar el cuello de cristal de la bella vaqueira.

Las venganzas de la raza suelen ser terribles y así apareció el cuerpecillo de la moza ahogado en el dantesto lago Covalancho.

Todos los años en la noche de San Juan, cuando la luna besa las aguas del mítico lago, aparece la ajorca de perlas y oro reflejada entre las aguas remansadas con destellos de luz de luna.Por las empinadas laderas se repite el eco de lamentos en triste mur­mullo de canción amorosa, incesante año tras años: la incomprensión de xaldos y vaqueiros ante el enterno problema de la juventud y el amor.